¿Quién le tiene miedo al lobo?; por Antonio Sánchez García .@sangarccs

Los norteamericanos no han llegado a tener lo que tienen porque brotó de la tierra un chorro de petróleo: lo conquistaron con esfuerzo, con sacrificios, con disciplina, con ardoroso trabajo. Con lágrimas. Y no han vivido limosneando del Estado. Al pan, pan. Y al vino, vino. Todo lo demás es cuento.

 

La progresía global está aterrada. Más que adormecida, se encuentra en estado de catalepsia por los arrullos de Barack Obama, el harvardiano flautista de Hawái que se metiera en el bolsillo a los medios liberales más influyentes del planeta con su lengua de oro. Ahora, súbitamente despertados del ensueño, juran que Adolph Hitler ha renacido en la esperpéntica figura de un norteamericano típico, que espanta con sus flatos verbales, sus ocurrencias destempladas, su peinado de caricatura, sus mejillas rubicundas y sus modales de nuevo rico de cervecería –si parece un personaje brotado de la pluma de los creadores de los Simpson– y aterra a la estética primordial del liberalismo y los buenos modales de la hipocresía washingtoniana. Habla duro y golpeado, dice lo que piensa y pareciera no pensar lo que dice, muestra la típica desmesura y voracidad del marine invasor norteamericano que arrasa con lo que encuentra en las playas de sus desembarcos y toma en serio y al pie de la letra la pornocultura que los mismos Estados Unidos han impuesto en el planeta a través de su floreciente industria del entretenimiento: bustos y traseros al por mayor. Ha echado el puritanismo de pastelería de la cornucopia demócrata por la borda y expresa lo que siente la inmensa, la arrolladora mayoría, no solo de los norteamericanos, sino de buena parte de la conciencia planetaria: que los gobiernos debieran responder por la prosperidad de sus habitantes y dejar a Estados Unidos hacer lo suyo, no enviar a sus marginales a ganarse el sustento en donde nada se les ha perdido y castigar a sus sátrapas y tiranos en vez de caerle a saco a los pacíficos habitantes de la Europa greco-romana. ¿También Ud. está secretamente de acuerdo con el lobo feroz? ¿Tampoco a usted le agrada comprobar que en la Italia cristiana ya hay más minaretes que campanarios? ¿Y que con la tasa de crecimiento poblacional escondida tras burkas y djilabas en medio siglo Florencia y Venecia, incluso Berlín y Moscú, podrían convertirse en otros tantos zocos de una Europa islámica?

Al margen de que aceptemos o no aceptemos a Donald Trump, lo que resulta evidente es que la mayoría electoral, en pleno ejercicio de sus derechos, no acepta el curso de las cosas y rechazó a la ex primera dama como nueva presidenta de Estados Unidos. Que a pesar del gigantesco esfuerzo económico, monetario, ideológico y propagandístico, que según nos informan duplicó o triplicó los del odiado candidato republicano, a pesar del masivo esfuerzo de todos los poderes fácticos no logró convencerla de seguir la trillada senda del pasado gobierno. Y que a pesar del concurso bilioso y agresivo de todos los grandes medios impresos, televisivos y radiales del planeta, no pudieron convencer a los negros, los blancos, los latinos, los ancestrales y recientes ciudadanos del principal poder planetario, que se hincaran ante el poderío del liberalismo imperial norteamericano.

No es gracioso ni fácil de aceptar. El personaje condensa aparentemente lo peor vivido por otras sociedades, presas de repulsivos caudillos populistas, como Venezuela. Si bien lo he dicho en otro lugar y lo reafirmo ahora: los Estados Unidos no echarán por la borda una maravillosa tradición democrática porque un magnate inmobiliario se proponga hacerlo. Trump no es Hitler. Y compararlo con Chávez es más que un despropósito: es una ofensa. Chávez fue un asaltante de caminos. Un pobre infeliz al mando de una nación desgraciada. Y sus seguidores, una manga de desarrapados incapaces de mantener en alto la nombradía de una república democrática. Los norteamericanos no han llegado a tener lo que tienen porque brotó de la tierra un chorro de petróleo: lo conquistaron con esfuerzo, con sacrificios, con ardoroso trabajo. Y no han vivido limosneando del Estado.

Al pan, pan. Y al vino, vino. Todo lo demás es paja.

El Nacional

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